El regalo del tiempo

Hace tiempo que no escribo en este blog… semanas, meses, días… y hoy lo hago sobre una idea que me ronda la cabeza: el tiempo.

Puedo pensar al tiempo como una noción objetiva y plenamente medible, ya sea en las manecillas del reloj o las hojas del calendario, las vueltas al sol o el cambio de estaciones. Pero también lo pienso desde su carácter abstracto y en especial en ese quiero enfocarme, en la percepción que tenemos del tiempo, esa vivencia subjetiva de cuanto dura un minuto, una hora, un día o un mes.

El cáncer de mamá(a) ha trasformado mi percepción del tiempo, imagino que tiene que ver en cómo ha transformado la vida a algo parecido a la montaña rusa, tal y como lo compartía en un post anterior. Los cambios de velocidad han alterado a su vez el paso del tiempo. En especial lo ha ralentizado, creo que esa es la palabra. No es que la vida pase lenta, es más bien el tiempo el que cambió de velocidad. Han ido apareciendo sensaciones “raras”… desde este lugar una espera de 2 horas para pasar a consulta puede ser vivida como media hora; del mismo modo un día en la playa puede ser vivido como si fueran dos o tres; o como un mes de vida diaria a momentos me parece apenas una semana…pero a veces los periodos más largos de tiempo se acortan, así tres años se viven como uno o 7 meses parecen 2.

Es como si me hubiesen regalo la posibilidad de decidir la velocidad con la que quiero vivir mi vida. Así me he encontrado que los momentos que disfruto los puedo hacer durar más y los malos ratos se acortan…éste es el regalo del tiempo que me ha hecho el cáncer de mamá(a)

El cáncer de mamá(a) y el sentido de la vida

Hace poco conversaba en uno de los equipos con los que trabajo sobre el sentido de la vida y/o de las cosas. En esa conversación les compartía la experiencia a lo largo de mi vida sobre lo que ha sido esta búsqueda de sentido. 38 años se dicen fácil pero son bastantes, en especial si es el tiempo que tienes en esta tierra. Les contaba conmovida mi sentipensar de que a veces nada tiene sentido, esa experiencia en la que el “¿para qué?” se hace presente y llena hasta los más íntimos rincones de la vida.

Les decía que era una sensación que me acompañaba desde siempre, pero al pasar los días y reacomodar las ideas y sentimientos, me he ido dando cuenta que no ha sido así del todo, por lo menos ha ido cambiando.

Durante aquella conversación planteamos que la relación con “el sentido” es dinámica y cambiante. Lo que nos da sentido en algún momento de la vida no nos lo da en otro. Alguien incluso planteó lo interesante que sería hacer la revisión sobre lo que ha tenido o ha dado sentido a y en nuestra vida.

De chica el sentido lo encontraba en la búsqueda de lo “qué hay más allá” de lo humano y terrenal, preguntas acerca de Dios o esa energía superior, encontrar respuestas sobre cómo llegamos aquí; buscando en distintas religiones y sus libros sagrados. Habrá tenido que ver con crecer en una familia que no seguía ninguna religión y al mismo tiempo estar rodeada de otras familias que si practicaban.

Después el sentido lo tenía encontrar caminos de cómo ayudar a sanar a la gente, articulando y entendiendo a lo humano desde una complejidad de mente-cuerpo-espiritualidad; esto me llevó a elegir mi carrera y estudiar distintas disciplinas sanadoras.

Hoy el sentido lo encuentro en aquello que hace mi vida plena, básicamente en disfrutar. Disfrutar de estar donde estoy y hacer lo que tengo ganas de hacer con la gente y seres con las y los que quiero estar.

El cáncer de mamá(a) ha puesto a la muerte como parte de la vida. Don Juan le dice a Carlos Castaneda que lo único que es real es la muerte y que debe preguntarle en los momentos en los que se sienta más atribulado si ese es él momento en que la muerte llegará, bajo esa idea muchas cosas se relativizan.

El cáncer de mamá(a) ha hecho eso para mí, ponerme a la muerte caminando cerca, justo atrás de mí, valorando la vida, preguntándome ¿es este el momento?

A veces este sentipensar no me es tan amigable, se puede tornar bastante oscuro y desalentador, muchas cosas pierden su importancia, me es difícil encontrar la trascendencia si vamos a morir, si se va a quedar todo atrás y sin sentido cuando me vaya. Pero muchas otras veces me permite disfrutar el momento, ya que las experiencias, las alegrías, los aprendizajes son trascendentes en tanto qué vivibles, en tanto que están sucediendo aquí y ahora, y eso hace que el aquí, el ahora y eso que sucede sea bastante mágico y misterioso.

La cosa es que este cáncer de mamá(a) sin duda le va dando nuevos significados a esto del sentido de la vida y me tiene sin duda generando, buscando y compartiendo estos nuevos procesos y sentipensares.

El poder de la escritura

Hace algunos meses, un poco más de dos para ser exacta, comencé mi proceso de escritura en este blog sobre la experiencia de acompañar el cáncer de mamá(a).

Comencé sin tener muy claro que esperaba de esta experiencia. El objetivo, encontrar un poco de tranquilidad al poder acomodar las vivencias que esta experiencia ha significado en mi vida.

Al escribir se fueron acomodando, como al hacer un inventario, mis ideas, mis sentimientos y emociones. Cada cosa fue encontrando su lugar.

Para quienes no me conocen, les cuento que trabajo como terapeuta, tengo un espacio desde el que tengo la fortuna de acompañar a personas en sus procesos de vida, de muerte, de cambio, etc.

Mi trabajo está teñido por distintas premisas teóricas, en especial las que tienen que ver con la naturaleza creadora del lenguaje. Aquellas que postulan que la realidad, el mundo en que vivimos, las relaciones en las que participamos, tanto con las y los demás como con nosotras/os mismas/os, todo está construido mediante las palabras con las que lo nombramos. Es decir, al hablar creamos al mundo y nuestras relaciones. Lo nombramos y entonces existe. Con la escritura pasa lo mismo. Si lo escribo, lo nombro, existe.

Por otro lado, otro de los tintes de mi trabajo, y también de la manera en la que concibo la vida, porque mi trabajo y mi vida se sustentan en los mismos pilares, tiene que ver con la idea de que nos construimos en colectivo. Gracias a que hay otras personas que saben lo que nombro, que participan de las enunciaciones de las que soy sujeta, que reconocen esas historias que creo y me crean, gracias a esa audiencia, estoy, estamos.

Ambos ingredientes se vieron involucrados en este blog. Yo ranándome y narrando mis experiencias, construyendo mi realidad, acomodándola y ustedes leyéndome, siendo testigas/os y convalidando este mi mundo.

En mis espacios de trabajo suelo sugerir a la gente que escriba. Hasta antes de ahora “sabía” teóricamente los alcances de esta práctica y como puede tener efectos gratificantes y tranquilizantes en quien la abraza.

Ahora «se» de otra manera. Este proceso de ordenarme, de darle volumen a mi voz y compartirme con ustedes, me ha brindado la posibilidad de acomodar lo que siento-pienso, pero sobre todo me ha permitido ir creando realidades sobre este acompañar el cáncer de mamá(a). Reconocer el miedo y darle un lugarcito ha permitido que mi relación con el miedo tome otro matiz, incluirlo como parte de mi vida y eso ha hecho que el miedo se relacione de otra manera conmigo al relacionarme de otra manera con él. Lo mismo con el enojo, la enfermedad, la salud, la vida, no solo con lo qué pasa dentro de mí si no con lo que me rodea. Escribir ha tenido un enorme efecto terapéutico.

Gracias por acompañarme y leerme siendo testigas/os de este mundo que se va creando mientras escribo.

Pared de mi consultorio, lugar de co-creación de historias y realidades

Los ritmos del cáncer de mamá(a)

Esto de acompañar el cáncer de mamá(a) es muy parecido a subirse a una montaña rusa. Hay subidas, rectas, curvas cerradas, bajadas abruptas, puedes ir lento y de repente caer a gran velocidad. El ritmo de la vida se convierte en algo completamente indefinido, variable y sorpresivo.

Cuando inicie el blog me encontraba justo en uno de esos tramos de caída libre, no se veía cuándo, ni si entraríamos en un remanso. La espera de resultados siempre hace que la vida se altere. El cangrejo estira sus tenazas y controla un poco la vida, los pensamientos, las emociones, el tiempo. Aunque no quisiera, estaba ahí, apoderándose de casi todo, del pasado, del presente y del futuro. La incertidumbre era el condimento que resalta y ensalza la vida, la espera y la caída. El ritmo de la vida se acelera, la prisa envuelve todo -que tal que nos queda poco tiempo-, las emociones se amplifican, se intensifican, salen a borbotones, como cuando caes en la montaña rusa. Pero no puedes caer por siempre….entonces llegan las noticias -se ha controlado, el tratamiento funciona- la caída termina, sigue una recta, velocidad constante, lenta, segura y tranquila…

La vida cambia de ritmo. En contraste con la velocidad desenfrenada, esta recta de paso sin prisa permite ver, sentir, pensar sin la presión de las tenazas del cangrejo apretando la vida. Afloja, no se retira, pero deja respirar, disfrutar, da espacio para otras cosas. Los pensamientos y emociones toman un descanso, la vida se nutre, se cuida, se apapacha. Es el momento de acomodar, pero también de olvidar un poquito, de soltar, de agradecer y al mismo tiempo de valorar.

Esos son los ritmos del cáncer de mamá(a), y al igual que en la montaña rusa, después de un remanso sabemos que vendrá otra caída, pero en lo que llega, es momento de descansar, de acomodar, de disfrutarnos, de reconfortarnos…

Un día a la vez

Vamos por la vida dando por hecho que la tenemos, que respiramos, que el corazón late, que nuestra piel se calienta y enfría para regular nuestra temperatura….damos por hecho que vivimos, que vivimos hoy y que lo haremos, sin duda mañana ¿sin duda?

El cáncer de mama(á) ha traído consigo la inminencia de la muerte y por lo tanto ha brindado a la vida de un tinte extraordinario. No es poca cosa que viva, que respire, que lata mi corazón… la muerte ha aparecido como parte de la vida, y no porque el cáncer mate, si no porque es un proceso más de vivir.

Cada día millones de células de nuestro cuerpo mueren y otras más se oxidan. La muerte es parte de la vida, sin embargo no pensamos en ella, no la damos por hecho como lo hacemos con la vida.

El cáncer y su “sentencia de muerte” me han llevado a dar por hecho a la muerte y dar por hecho a la muerte me ha permitido disfrutar y dar real importancia a la vida. No sé cuándo llegará la muerte, y no me refiero únicamente a la muerte de mi mamá, me refiero a la mía, porque no hace falta tener cáncer para morir, lo que hace falta es tener vida.

Hacer presente a la muerte ha hecho que pequeños cambios ocurran en mi vida.

  • En primer lugar preguntarme qué quiero hacer, no que debería, que esperaría la gente de mí o qué sería correcto, más bien detenerme y preguntarme qué se me antoja o de qué tengo ganas y de que no. Así he dejado de asistir a lugares o de obligarme a cumplir con cosas que en realidad no quiero hacer.
  • Ver y estar con la gente que quiero y ponderar las discusiones. Me di cuenta con qué facilidad discutía y me alejaba de la gente que quería, aunque fuera un breve tiempo. No es que ahora no me molesten cosas o no me enoje por otras tantas, pero es qué hay veces que un distanciamiento podía tener lugar porque daba por hecho que hay tiempo, qué hay vida, que ya podré reencontrarme y acercarme de nuevo, pero a la luz de la muerte ¿cuánto es el tiempo que tenemos? Así mis relaciones se han ido tornando más amorosas.
  • Trata de disfrutar cada momento. La muerte puede estar a la vuelta de la esquina, acechando, esperando su turno, puede sorprenderme en cualquier momento, así que cada momento puede, potencialmente, ser el último. Así que en la medida de lo posible disfruto… disfruto de cocinar y compartir con mis amadas(os); disfruto del aire fresco y el calor del sol cuando camino a mi trabajo; presto atención a lo que me rodea y descubro lo extraordinario; visito a la gente que quiero; como lo que se me antoja; digo lo que es importante decir; disfruto mi trabajo; también me canso, me enojo, me entristezco, exploto, me alegro….vivo.

Un día mi mamá me dijo que ella tomaba esto del cáncer un día a la vez y que la tranquilizaría saber que yo lo hiciera también. Mi primera reacción fue de desesperación -“yo no sé cómo se hace eso”-.

Ahora veo que pensar en la muerte, no como algo terrible, si no como algo inevitable, como algo no relacionado al cáncer si no como algo relacionado a la vida me permite no solo vivir el cáncer de mama(á) un día a la vez, si no vivir mi vida un día a la vez.

La libélula: las metáforas de curación

Para mí los animales son creaturas que poseen una medicina, una enseñanza de la que podemos aprender si estamos atentas/os y curiosas/os.

Soy de la idea que hay animales que se nos presentan a lo largo de la vida, unos con más frecuencia que otros, se van volviendo acompañantes y  si estamos dispuestas/os podremos aprender de su sabiduría.

Cuando mi mamá, hace 15 años se enfrentó al cáncer, entre las muchas cosas que hizo, recurrió a las visualizaciones. Y fue durante esos momentos en los que la sabiduría del cuerpo se apodera de la razón, que apareció la libélula. Ella me contaba que veía como las libélulas se comían a las células del cáncer. Fue a raíz de ahí que las libélulas nos han acompañado como su animal de sanación.

En innumerables ocasiones nos han visitado y acompañado: en cumpleaños, en comidas con gente querida, aún caminando por la playa o el jardín de mi mamá. La libélula se ha vuelto eterna compañera.

Hace un poco más de dos años, cuando el cáncer reapareció, pensé que necesitabamos todo el poder, sabiduría y medicina que nos fuera posible tener. Fue así que decidí tatuarme una libélula en el antebrazo, de esa manera siempre nos estaría acompañando cuando fueramos a consulta, estudios o tratamientos.

Para mí seguramente tiene un significado distinto que el que tiene para mi mamá. Para mí las libelulas son ahora un representante de ella, que me acompaña/rá siempre.

Buscando la medicina de la libélula, di con lo siguiente:

  • Simboliza el cambio en la perspectiva de la auto-realización, la madurez mental, emocional y la comprensión profunda del significado de la vida.
  • Simboliza y ejemplifica la virtud de vivir en el momento y vivir la vida al máximo, siendo consciente de lo que eres, dónde estás, lo que estás haciendo, lo que quieres.
  • Simboliza la visión desinhibida de la mente y la capacidad de ver más allá de las limitaciones del ser humano.
  • El vuelo ágil de la libélula y su capacidad de moverse en todas las direcciones destilan una sensación de poder y equilibrio, algo que sólo viene con la edad y madurez.

 

cropped-img_5395.jpg
Viajas en mi brazo y me acompañas

 

 

Unas palabras de mi madre:

PONIENDO LA ENFERMEDAD EN SU LUGAR

Hija querida: quiero agradecerte mucho por haber iniciado este blog, y que me permitas escribir en él, algunas veces, cuando yo quiera. Porque yo no lo haría en uno propio. No es mi estilo, pero es una de las ventajas que aporta el ser diferentes, nos enriquecemos mutuamente.

Mi introversión no me hace cómodo contar lo que me pasa por dentro. Ahora me explico mi afición por juntar caracoles; ante cualquier estímulo inquietante, me retraigo.

Pero sí me puedo acunar en tu regazo, y desde ahí participar, si tú abres brecha.

Y tener esta ventana abierta a tu alma, me hace bien. Porque también confirma mis emociones.

A mí me hace bien cuando te he visto llorar de dolor, de rabia o de impotencia, porque me permite confortarte, como lo he hecho desde que eras bebé.

Me hace bien que tu iniciativa haya tenido un eco enorme, porque has hecho “viral” lo que he sostenido durante toda mi vida profesional, que la enfermedad y el duelo son un asunto familiar.

La enfermedad se asienta en cuerpo propio, pero la padece toda la familia.

Cada uno la vive a su manera, pero la manera de cada uno afecta a los demás.

Cada uno es tocado, chocado, acariciado o desconcertado por esas maneras. Pero al cabo todos nos ensamblamos, como en un coro. A veces muy desafinado, a veces con resonancias inesperadas, a veces armoniosamente.

En nuestra familia cada uno ha solfeado a su manera.

Tu papá y yo más para adentro. Y qué bueno que vos lo estás haciendo ahora para afuera, que ya te atreves a compartir y expresar lo que necesitas.

Me hizo pensar tu reflexión sobre el llanto; y la respuesta social: “no llores…” “tienes que ser fuerte…”

A mí, que no lloro en público, me dicen: “tienes que llorar”, “no es bueno tragarse todo…” O más invasoramente: “estás negando”.

La intrusión de los otros en las emociones propias se acerca peligrosamente a la mistificación….

Total, que esta enfermedad que me alcanza en una etapa tardía de la vida, y los duelos que me han acompañado desde la más temprana infancia, me han hecho la persona que soy ahora, tierna y áspera, a veces punzante; cálida y arisca; solidaria y aislada; con un alto valor por la amistad, y buscadora de vínculos que atesoro.

Y el cáncer va conmigo, pero no me vive la vida.

Es parte del lema con el que he trabajado desde hace muchos años: “Poniendo la enfermedad en su lugar”.

 

Foto de mi mamá en Creel, Chihuahua, 1997. Gracias Analue García Videla por la foto.

IMG_5398

Está bien que esté llorando

El llanto, esas gotitas saladas que salen por nuestros ojos, que humedecen nuestras mejillas y congestionan nuestra nariz.

Esas gotas que a tanta gente ponen nerviosa: “no llores”, “trata de calmarte”, “eres muy sensible”, y hasta un “es que estás en tus días” o “es que eres una niña berinchuda”, he escuchado todas esas frases y otras más.

Soy de llanto fácil, es que a mí la vida me pasa adentro, no es algo que pueda ver allá, lejos, separada de mí.

La vida me conmueve, desde un atardecer, un perro comiendo un pan dulce, hasta un derrumbe después del sismo del 19S, eso y muchas cosas más, incluyendo la lucha de mi mamá contra el cáncer.

Y la verdad es que estos últimos días he llorado mucho… por el dolor ajeno y por el propio, por las pérdidas propias y las ajenas. El llanto ha mojado mis sábanas, mi ropa, mis mejillas, el hombro de mi compañero, de mis amigas, de mi mamá.

Hay días en que parece que no podré parar de llorar, pero siempre paro.

El llanto ha resultado ser el vehículo excipiente de mis emociones. Y es que lloro de rabia, de impotencia por la impunidad con la que las farmacéuticas lucran con la vida, con la salud, teniendo remedios que podrían hacer diferencia en la salud de la gente pero sus intereses pueden más. Lloro de tristeza por pensar que algún día mi mamá ya no estará como está hoy conmigo. Lloro porque siento.

Mucho tiempo me enojé por mi manera de llorar, lo pensaba un signo de poca fortaleza, que necesitaba templar mi carácter, incluso me dijeron que era un obstáculo para mi profesión (soy terapeuta sistémica y narrativa), me apenaba de llorar viendo una película. Mi llanto me producía enojo y vergüenza.

Con el tiempo entendí que esta intensidad con la que vivo la vida es lo que hace que sea yo viviendo la vida.

Así que hoy por hoy, lloro…lloro cuando me enojo, cuando me indigno, cuando me siento acompañada y cuando me siento sola, cuando me entristezco, cuando me alegro o me lleno de orgullo, cuando veo mujeres luchando contra el cáncer y a sus familias luchando junto a ellas, cuando veo el dolor o sufrimiento ajeno y cuando siento el propio.

Hoy he entendido que gracias a que lloro, estoy aquí con esta vida que me sucede dentro, de la que no me interesa poner distancia. He entendido que porque lloro vivo y porque vivo lloro.

Así que si me ves llorando puedes estar segura/o que es porque estoy viviendo.